Carmen Julia

Mi historia de lactancia #1

El 25 de mayo del 2011 nos enteramos que Dios había hecho un milagro en nuestras vidas: yo estaba embarazada 13 años después de habernos casado.

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Además de los múltiples cuidados durante el embarazo, estábamos preparándonos para que, cuando llegara Salomé, recibiera todas las cosas que necesitaba.  Una de las cosas más importantes era la leche que Dios pondría en mí para ella.

Leí mucho, recibí consejos de muchas amigas y me puse en contacto con la Liga de la Leche.  Además de ir a una de las reuniones mensuales, una amiga me sugirió contactar a LLL y hacer una cita para que, el día del nacimiento de mi hija, alguien me visitara en la clínica y me enseñara cómo posicionarla.  No faltaron otras personas que me dijeron que la leche materna no llenaba, que la leche materna era lo mejor pero que comprara fórmula porque tendría que combinarlas, que si le daba el seno no podría dormir, que tenía los senos pequeños y no tendría mucha leche…

A todos les agradecía sus consejos y les decía que amamantar exclusivamente era una decisión tomada y que Dios había diseñado mi cuerpo para alimentar a mi hija.

Preparé el plan de parto y lo discutimos con el ginecólogo y la pediatra.  Los puntos más importantes eran:

1.  Salomé no recibiría fórmula.  Solo glucosa, en caso de ser necesario

2. Me llevarían a la bebé tan pronto naciera y yo estuviera lista.  Ella nacería por cesárea porque estaba sentada

3. Salomé se quedaría con nosotros en la habitación el día y la noche.  Ellis (mi esposo) se quedaría conmigo y me ayudaría a colocarla cada dos horas

Salomé nació el 18 de enero del 2012 a las 7:14 a.m., con 5 libras y una onza.  El plan de parto se ejecutó tal como lo planeamos, gracias al seguimiento de mi esposo.

Cuando llevaron a Salomé a la habitación, Ellis me la puso y ella empezó a succionar inmediatemente.  Dolió un poco, pero nada intolerable.  Además, la felicidad de tener a mi hija junto a mí era mayor que cualquier molestia.

En ese momento empezó la experiencia de amor más grande de mi vida.

Al final de la tarde, una asesora de la liga nos visitó en la clínica y nos instruyó en cómo amamantar a Salomé.  Me sentí muy confiada de que estábamos haciendo las cosas bien.

Después de amanecer los tres juntos por primera vez, nos fuimos a casa al día siguiente.

Como Salomé había nacido con tan pocas libras, nunca dejaba pasar más de 2 horas para alimentarla, pues me temía que si perdía mucho peso para la próxima cita, la pediatra nos indicaría darle fórmula.

Nunca vi el calostro, pero confiaba en que mi hija se estaba alimentando correctamente porque:

– No había señales de deshidratación

– Los pañales sucios iban aumentando

– La caquita se puso de color amarillo mostaza aproximadamente al tercer día

Como nunca lo vi (el calostro) digo que es un acto de fe.  Y definitivamente, sí estuvo…

Al cuarto día empecé a sentir los senos muy pesados, grandes y calientes.  ¡La leche estaba  bajando!  Ese día usé un extractor manual (porque aunque Salomé comía, se quedaban llenos) y me saqué 1 onza de cada lado.  No tuve que usarlo más…

Me concentré en darle de comer del seno cada dos horas.  Como ella se quedaba dormida muy rápido después de empezar a succionar, llevaba un registro del tiempo que duraba cada toma, cuánto dormía y de qué lado comió.  Eso me lo recomendó la asesora.

Así, podía identificar los patrones y darle de comer de cada lado, por igual. Cuando fuimos a la consulta con su pediatra una semana después de nacida, Salomé solo había perdido una onza.  Eso indicaba que lo estábamos haciendo bien.

Al pasar los días, Salomé y yo íbamos acoplándonos: ella comía más y yo conocía cómo se sentía más cómoda.  Me di cuenta que se me salía la leche de un seno cuando amamantaba del otro lado, y empecé a colectar esa leche e ir haciendo mi banquito.  En un día podía colectar hasta 8 onzas.

A los 15 días de nacida, ya Salomé tenía 6 libras y 2 onzas.

Cuando Salomé tenía un mes, se complicó la cosa: después de comer por 15 minutos, ella se quedaba dormida por 20 minutos.  Luego se despertaba llorando, comía y dormía, y volvía a hacer lo mismo.  También, se ahogaba mucho mientras comía.  Me desesperé porque no podía dormir y estaba muy cansada.

Llamé a Yanet y ella me explicó que como producía tanta leche, Salomé solo llegaba a tomarse la primera leche, que es más aguada y no la sostenía suficiente.  Por eso lloraba.  Me recomendó extraerme un poquito antes de darle el seno, especialmente cuando los sentía muy llenos, tratar de mantenerla despierta y sentarla un poco mientras comía para que no se ahogara.

Puse en práctica sus consejos y… prueba superada.

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Cuando ella tenía dos meses (antes de entrar a trabajar) empecé a hacer el banco de leche.    Usaba un extractor eléctrico doble.  Me ordeñaba en la madrugada y después de darle su primera leche de la mañana.  Primero sacaba de 2 a 3 onzas por lado y después, 4 a 5 onzas.

Cuando entré trabajar, tenía casi 300 onzas de leche almacenadas.  Entonces, para mantener mi banquito y la producción, me ordeñaba en el trabajo 1 o 2 veces en la mañana y una vez en la tarde, además de la madrugada y después de la primera toma del día.  Así, aumentó tanto mi producción que, además de alimentarla directamente 4 veces al día, guardaba de 25 a 35 onzas diarias, mientras solo sacaba 10 a 15 onzas del banquito.

El banquito creció tanto que tuve que comprar bolsas para almacenar porque las botellitas  ya no eran suficientes.  Compramos un freezer botellero para guardar las bolsas porque en el congelador de la nevera no cabían.  Estábamos felices.

A los 6 meses, dejé de ordeñarme en la madrugada y la mañana.

Cuando Salomé tenía unos 9 meses, tuvimos que comprar otro frezer botellero porque ya estaban llenos el anterior y la nevera.  Cuando este último estaba lleno, decidimos donar.  Qué alegría compartir con otros este tesoro.  Me siento bendecida por poder hacerlo.  Dios seguía haciendo milagros.

Donamos la leche de un mes (como 600 onzas) y le dijimos a Salomé que tenía muchos hermanitos de leche.

Nunca terminamos de contar cuánta leche tenía el banco: paramos de contar en 1,700 onzas.

Muchas personas me decían que no habían escuchado de algo así, y yo les digo que hay varias claves para el éxito:

1.  Confiar en que Dios nos dio la capacidad de alimentar a nuestros hijos con el mejor alimento: la leche materna.

2. Confiar en que tienes la capacidad para hacerlo.

3.  Contar con un grupo de apoyo que está siempre disponible: tu esposo (él estaba tan comprometido como yo, me felicitó, consoló, dio ánimos y fue mi complemento: él no daba el seno, pero daba biberón, esterilizaba piezas y biberones, se levantaba de noche…), amigas que ya pasaron por ahí y consultoras (mil gracias, Yanet).

4. Tener un buen extractor, uno eléctrico doble es lo mejor.

5. Ser metódica y organizada: cumplir las horas para amamantar y ordeñarse y tener espacio y logística para almacenar la leche del banco.

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6. Disfrutar cada segundo con tu bebé.  Es maravilloso observarla mientras está comiendo y viéndote con tanto amor.  Es una oportunidad que nos da Dios para tener esa parte de nosotros por más tiempo cerca.  No hay nada que se compare con eso.

Ese es el mejor regalo de vida y amor.

Salomé tiene 13 meses ahora.  Aunque estamos en el destete, ella sigue tomando de mí y el banquito.  Es una niña saludable, feliz y amorosa, y nosotros pedimos a Dios por otro milagro…

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